
2. Toda evangelización comenzará con un profundo y respetuoso amor al hombre y al mundo. No seamos látigo de Sodoma, sino caricia de Nazaret; no vivamos en torreón, sino en tiendas de campaña.
3. Una evangelización que asuma con gratitud la noble historia evangelizadora de la Iglesia, corrigiendo los errores cometidos. La Escritura, la Patrística y la Historia nos harán humildes en la tarea.
4. Los retos evangelizadores del Sínodo no pueden corregir al Vaticano II y su aire nuevo. Esta tentación debe ser remediada desde el principio. El gesto elocuente de cómo “evangelizar” conlleva un amor a la Iglesia.
5. Una evangelización que no suponga la fe, aunque se profese en una cultura cristiana; que sepa abrirse al corazón de los nuevos escenarios sin actitudes altivas. Estamos ante un hombre nuevo y distinto y no podemos seguir predicándole como antes.
7. Una evangelización que se instale en fidelidad creativa y comunión afectiva y efectiva, que huya de los grupos cerrados, sectas religiosas en definitiva; que se aleje de la fragmentación, del aislamiento y del sentimiento de élite. Se pierde tiempo en desafíos ideológicos y condenas absurdas.
9. Una evangelización que despierte en el mundo esperanza, alegría, libertad, superando el síndrome del miedo y el fracaso.
10. Y el mejor termómetro para ver si evangelizamos correctamente es comprobar si los pobres, los que sufren, los últimos, son los primeros en recibir esta buena noticia. Solo así transmitiremos la fe a las nuevas generaciones.