Peregrinas de paso. 18 personas pernoctaron en nuestra parroquia camino de Santiago de Compostela. Religiosas Hijas de la Cruz y jóvenes haciendo la parte del camino que hizo su fundador San Andrés Huberto. Son de tres nacionalidades: italiana, francesa y española. No hacen todo el camino entero, porque priman la convivencia de estos días que se han juntado. Eso sí con ánimo de continuarlo en otros momentos. Compartieron con nosotros la Eucaristía y se sorprendieron de lo “molto bella” - “tres joli” de nuestra iglesia. Eso si, madrugaron abundantemente, 5,30, para después de una breve oración partir hasta Nájera. Su breve paso les comprometió a volver a nuestro pueblo en otra ocasión. A pesar de que a algunas les faltaba entrenamiento, a todas les inundaba la ilusión. Gracias por vuestra visita y testimonio.
jueves, 30 de agosto de 2012
martes, 28 de agosto de 2012
Domingo 22 - Evangelio
MARCOS 7, l 8.14 15.21 23
No andemos como los fariseos viviendo desde fuera, con prácticas que se quedan en lo externo y no renuevan nuestro interior. El único que puede lavar de verdad nuestra falta de amor, de pasión, de sentido, de entrega es el Señor. Él transformará la suciedad con el chorro de su inagotable Amor.
El agua de su Amor es la que limpia de verdad, la que nos renueva y nos hace saltar. Él nos va a convertir en trigo, regado con la novedad de su Evangelio. Trigo que sabe a pan, a donación y a Eucaristía.
Acerquémonos al Corazón de Jesús, de donde brota la Vida y el agua que fecunda nuestros corazones. (Kamiano)
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jaras y ollas.) Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?» Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me da está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres». Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro».
No andemos como los fariseos viviendo desde fuera, con prácticas que se quedan en lo externo y no renuevan nuestro interior. El único que puede lavar de verdad nuestra falta de amor, de pasión, de sentido, de entrega es el Señor. Él transformará la suciedad con el chorro de su inagotable Amor.
El agua de su Amor es la que limpia de verdad, la que nos renueva y nos hace saltar. Él nos va a convertir en trigo, regado con la novedad de su Evangelio. Trigo que sabe a pan, a donación y a Eucaristía.
Acerquémonos al Corazón de Jesús, de donde brota la Vida y el agua que fecunda nuestros corazones. (Kamiano)
miércoles, 8 de agosto de 2012
JUAN 6, 41 51
Esta cesta de pan no la reconocen aquellos que esperan plenitud en el brillo de lo fugaz y en la superficialidad de lo que no tiene raíz ni fundamento.
El pan de vida nos alimenta para siempre, nos hace hermanos, nos convierte en pan. El pan de vida sabe a horno, hogar, leña, chimenea y comida compartida, a familia y fraternidad.
Danos siempre de ese pan, Señor.
En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?» Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo trae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”. Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».
El pan de vida llega a la tierra con forma de bebé, como uno de los nuestros, pequeño, débil, sin hacerse notar. Viene en los brazos del Padre y se convierte en el alimento verdadero para una humanidad que tiene hambre de Dios, de pan, de sentido, de plenitud.
Esta cesta de pan no la reconocen aquellos que esperan plenitud en el brillo de lo fugaz y en la superficialidad de lo que no tiene raíz ni fundamento.
El pan de vida nos alimenta para siempre, nos hace hermanos, nos convierte en pan. El pan de vida sabe a horno, hogar, leña, chimenea y comida compartida, a familia y fraternidad.
Danos siempre de ese pan, Señor.
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