Bienvenid@s

Estoy convencido de que la unión hace la fuerza, como los granos de una uva dan la mejor cosecha de vino. Por eso brindo este espacio para que podamos echar en el mismo lagar todos nuestro mejores granos y asi ir construyendo una parroquia y pueblo mejor.

martes, 21 de abril de 2015

lunes, 20 de abril de 2015

en memoria de los naufragos del mediterraneo.


 

EN MEMORIA DE LOS MILES DE LOS NAUFRAGOS EN EL MEDITERRANEO.


“Están llegando en estas horas noticias relativas a una nueva tragedia en las aguas del Mediterráneo. Una embarcación cargada de migrantes naufragó anoche a unas 60 millas de la costa líbica y se teme que haya centenares de víctimas. Expreso mi más sentido dolor ante tal tragedia y aseguro para los desaparecidos y sus familias mi recuerdo en la oración. Dirijo un apremiante llamado para que la comunidad internacional actúe con decisión y rapidez para evitar que similares tragedias se repitan”, aseguró. “Son hombres y mujeres como nosotros, hermanos nuestro que buscan una vida mejor, hambrientos, perseguidos, heridos, explotados, víctimas de guerras, buscan una vida mejor… Buscaban la felicidad… Les invito a rezar en silencio antes y después todos juntos por estos hermanos y hermanas. Ave María…”. Papa Francisco

martes, 7 de abril de 2015

Encuentros y reconocimientos con el Resucitado


Yo, Lucas, como digo al principio de mi Evangelio, quise indagar, muchos años después de su muerte, sobre la persona de Jesús y la de sus seguidores. Por eso escribí un Evangelio. Lo más difícil fue escribir sobre lo de después de su muerte. Tuve que utilizar los moldes culturales de la época. Y pinté la resurrección al modo de la época. Pero, en realidad, la cosa fue más sencilla, más humana, más cotidiana, más honda.
            Aquellos de Emaús habían dado cobijo a un transeúnte. Y éste "repartió el pan" al modo de Jesús, empezando por los últimos de la mesa. Como lo hacía Jesús. Estaban hablando en Jerusalén, a su vuelta, con sus seguidores que mientras hubiera alguien que repartiera el pan comenzando por los últimos, él estaría vivo. De eso hablaban.
            Pero ni aun así desaparecía el espanto que había dibujado en el alma y en el rostro de los seguidores por el hachazo de la muerte violenta de Jesús, de su crucifixión. "Asustados y despavoridos". Así seguían. Para ahuyentar el fantasma del miedo empezaron ha hablar de la "carne y los huesos" de Jesús, de su amable persona, de su sonrisa, de su fortaleza, de sus abrazos, del brillo de sus ojos. Querían ahuyentar el fantasma de su muerte violenta.
            Pero alguien se atrevió y dijo: -No, hablemos también de "las manos y los pies", hablemos claramente de su muerte injusta, de su terrible exclusión de la sociedad y de la vida. Al principio solo eran lágrimas y silencio. Pero luego fueron brotando las palabras y por las rendijas del alma asomaron el asombro y la alegría. ¿Cómo pudo amar tanto? ¿Cómo pudo darse hasta ese extremo? ¿Cómo pudo poner por delante nuestro bien al suyo? Lo mejor era que estas preguntas no tenían respuesta. O sí había respuesta: amor, esa era la respuesta única.
            Y luego recordaron las comidas con él, comidas de pobreza, de "pescado asado", comida de pescadores, pero comidas de alegría, de encuentro, de complicidad, de descanso. ¿Podría haberse perdido todo aquello? No, de alguna manera, él seguía comiendo cuando se reunían, cuando lo recordaban. Él también, vivo y resucitado, comía el "pescado asado" cuando ellos lo comían recordándole. Estaba "delante de ellos" cuando se sentaban a comer.
            Entonces "se les abría el entendimiento" y comprendían lo que habían dicho las Escrituras de aquel pobre que salva por su entrega, por tu total amor. Venían a su mente los cantos del Siervo pobre que soñara Isaías. Y se decían: él era el siervo pobre que abraza al mundo por su amor entregado. Y todo se iluminaba. Y los hielos del alma se derretían. Y se hacía verdad aquello que poco después de la muerte de Jesús dijera Pablo de Tarso: la muerte había sido vencida.
            No lo dudaban: estaba vivo y con ellos. La tristeza se derretía como la nieve bajo el sol de abril. Una "fuerza de lo alto" se instalaba en el fondo de sus vidas. Los temores se alejaban como las sombras al amanecer.

sábado, 4 de abril de 2015

RESUCITÓ. QUITEMOS LOSAS

Nos levantamos cuando estaba aún oscuro y nos echamos al camino. Éramos tres sombras en la noche, tres mujeres con el corazón herido: María Magdalena, María la de Santiago, Salomé.  Íbamos en silencio por el camino pero, por dentro, todas teníamos la misma preocupación: la losa, la losa…¿Quién moverá la losa, tan pesada? Nos arriesgábamos a volvernos de vacío si no encontrábamos medio de mover aquella losa tan grande.
            Nuestra sorpresa fue mayúscula: la losa estaba movida. Lo vimos de lejos porque ya amanecía. María Madgalena rompió el silencio: “No deberíamos habernos preocupado tanto por la losa”, dijo. “La losa la teníamos nosotras”, añadió. Aceleramos paso.
            Algo había pasado con el cuerpo de Jesús, no podríamos decir más. Un cuerpo sin el peso de la losa de la limitación y de la muerte, un cuerpo liberado de las trabas a las que está sujeto todo cuerpo. Todo lo que digamos, quizá está de más.
            Volvimos también en silencio. De repente, de nuevo María Magdalena fue la que dijo: “Hay que empezar a quitar las losas. La primera es quitarse esta losa de Jerusalén y su sistema religioso. Tenemos que ir a Galilea, como dijo él. Hay que empezar allí de nuevo, con más brío, con más confianza, con más fe”. Nadie dijo nada. Pero el silencio era elocuente porque nos sabíamos hermanas en ese anhelo. Ahora era cuestión de convencer a sus discípulos y a Pedro, oprimidos por la losa de la pena y del fracaso. Había que decirles que en Galilea había luz, en la vida con el Resucitado había esperanza.

Reflexión:
 
            El Sábado Santo es el día de contemplación no tanto del Jesús enterrado, sino sobre todo de la losa removida. En ese signo está oculta la verdad nueva de la resurrección. Ésta dice simplemente: las más pesadas losas, tuyas y de los demás, pueden ser removidas.
            En el relato de la resurrección de Lázaro (Jn 11), se dice que Jesús dio gracias al padre no cuando Lázaro salió de la tumba, sino cuando los que rodeaban su sepulcro quitaron la losa. Quitar losas es vivir ya desde ahora la resurrección. No hay que aguardar al final de los tiempos. Ya desde ahora, en este día, puedes quitar losas de ti y de los demás. Si lo haces, estás viviendo como un “resucitado”.
            Todos sabemos que la vida está llena de losas, pequeñas y grandes, las que nos ponemos nosotros mismos, las que ponemos a los demás. Palabras pesadas y tóxicas, prejuicios inamovibles, segundas intenciones que pesan enormemente. Si haces algo por quitar esa clase de losas, la piedra de tu “sepulcro” está movida, vives en el gozo de la resurrección.
            No se nos puede quedar la celebración de la resurrección en una idea o en una mera celebración, por muy festiva que sea. Tiene que tener incidencia en la vida. Y este asunto de quitar losas, de hacer una vida respirable, de poner una bocanada de aire fresco en nuestro caminar, puede ser una manera buena de vivir como un “resucitado”.

Pregúntate:
 1.      ¿Cómo poner carne a la celebración de la resurrección?
2.      ¿Qué losas te pesan y habrías de echar mano a ellas?
3.      ¿Qué puedes hacer para quitar losas en los demás?

jueves, 2 de abril de 2015

Ante el Viernes Santo

Yo, Malco, como dice el Evangelio, era criado del sumo sacerdote. Me dijeron que fuera con la policía del templo a prender a Jesús. Fuimos de noche, en silencio subiendo la cuesta del monte de los Olivos. Solo el ruido de nuestros pasos, el de las armas y alguna orden dada en voz baja se escuchaban en el serpenteante camino del monte. Yo me decía: vamos camino de la muerte. Porque estaba seguro de que aquel camino conducía a la muerte. Como así fue: un camino de muerte.
Ocurrió aquello que narra el Evangelio: aquel Pedro, en la refriega del arresto, desenvainó un machete (¿de dónde lo habría sacado?) y me cercenó el lóbulo de la oreja derecha. Sangraba mucho. Mientras se lo llevaban preso yo, con un trapo en la oreja para contener la hemorragia, me fui solo a casa para ser curado.
Yo había visto muchas
veces que, cuando se consagraba a un nuevo sumo sacerdote, se le hacía una incisión en el lóbulo de la oreja derecha para, mezclando esa sangre a la de los sacrificios, significar un “pacto de sangre” entre Dios y el elegido. Y me decía en el camino: ya no tiene sentido cortar más lóbulos, ya no tiene sentido el viejo sumo sacerdocio. En ese pobre hombre entregado y avasallado está el sacerdocio de verdad, el mediador válido, el acompañante definitivo.
No dicen los Evangelios que luego yo, una vez curado en mi casa, me eché a la calle y le seguí durante todo su duro camino a la cruz. Cuando veía su sangre, decía: es la sangre nueva, la que da sentido por su honda entrega, la que dice que derramar cualquier sangre es un fracaso. Iba en silencio y miraba su sangre.

Reflexión: 
            El Evangelio tiene un planteamiento que da sentido a la muerte de Jesús: las entregas tienen un valor en sí mismas y, por tanto, nunca se pierden. Su valor no depende del premio, del pago, del reconocimiento, del aplauso. Tienen valor en sí mismas. La entrega de Jesús es valiosa, aunque no se la reconozca, aunque uno se burle de ellas. No en vano Jesús se definía a sí mismo como un “entregado” (“El hijo del Hombre va a ser entregado…” Mc 9,31).
            Hoy, por todo el país, habrá muchas procesiones. Muchas personas verán las imágenes de Cristo crucificado y se emocionarán porque tienen un sentimiento religioso. Ven la sangre (aunque se en imagen) y se emocionan. Pero lo importante es emocionarse por la entrega incondicional de este hombre a lo nuestro, por haber intentado dar alguna respuesta los sufrimientos de otros, por haber andado muchos caminos que no eran los suyos.
            Desde ahí podríamos deducir que la fe cristiana apoya las hermosas entregas al otro, sostiene la incertidumbre de quien piensa que si no me pagan o me aplauden no tiene sentido darse al otro, da fuerza para sobreponerse a la falta de agradecimiento cuando me doy y no me lo reconocen.
            El camino cristiano es un camino de entrega, con todos los riesgos que pueda eso tener. Y ello con la convicción de que darse a la realidad del otro, a sus necesidades y demandas, es justamente hacer lo mismo que hizo Jesús. Tal cual.
 Pregúntate:
 1.      ¿Cómo te suena esta espiritualidad de la entrega?
2.      ¿Merece la pena seguir a un “entregado”
3.      ¿Qué entregas de hoy mismo tienes pendientes?