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Estoy convencido de que la unión hace la fuerza, como los granos de una uva dan la mejor cosecha de vino. Por eso brindo este espacio para que podamos echar en el mismo lagar todos nuestro mejores granos y asi ir construyendo una parroquia y pueblo mejor.

martes, 7 de abril de 2015

Encuentros y reconocimientos con el Resucitado


Yo, Lucas, como digo al principio de mi Evangelio, quise indagar, muchos años después de su muerte, sobre la persona de Jesús y la de sus seguidores. Por eso escribí un Evangelio. Lo más difícil fue escribir sobre lo de después de su muerte. Tuve que utilizar los moldes culturales de la época. Y pinté la resurrección al modo de la época. Pero, en realidad, la cosa fue más sencilla, más humana, más cotidiana, más honda.
            Aquellos de Emaús habían dado cobijo a un transeúnte. Y éste "repartió el pan" al modo de Jesús, empezando por los últimos de la mesa. Como lo hacía Jesús. Estaban hablando en Jerusalén, a su vuelta, con sus seguidores que mientras hubiera alguien que repartiera el pan comenzando por los últimos, él estaría vivo. De eso hablaban.
            Pero ni aun así desaparecía el espanto que había dibujado en el alma y en el rostro de los seguidores por el hachazo de la muerte violenta de Jesús, de su crucifixión. "Asustados y despavoridos". Así seguían. Para ahuyentar el fantasma del miedo empezaron ha hablar de la "carne y los huesos" de Jesús, de su amable persona, de su sonrisa, de su fortaleza, de sus abrazos, del brillo de sus ojos. Querían ahuyentar el fantasma de su muerte violenta.
            Pero alguien se atrevió y dijo: -No, hablemos también de "las manos y los pies", hablemos claramente de su muerte injusta, de su terrible exclusión de la sociedad y de la vida. Al principio solo eran lágrimas y silencio. Pero luego fueron brotando las palabras y por las rendijas del alma asomaron el asombro y la alegría. ¿Cómo pudo amar tanto? ¿Cómo pudo darse hasta ese extremo? ¿Cómo pudo poner por delante nuestro bien al suyo? Lo mejor era que estas preguntas no tenían respuesta. O sí había respuesta: amor, esa era la respuesta única.
            Y luego recordaron las comidas con él, comidas de pobreza, de "pescado asado", comida de pescadores, pero comidas de alegría, de encuentro, de complicidad, de descanso. ¿Podría haberse perdido todo aquello? No, de alguna manera, él seguía comiendo cuando se reunían, cuando lo recordaban. Él también, vivo y resucitado, comía el "pescado asado" cuando ellos lo comían recordándole. Estaba "delante de ellos" cuando se sentaban a comer.
            Entonces "se les abría el entendimiento" y comprendían lo que habían dicho las Escrituras de aquel pobre que salva por su entrega, por tu total amor. Venían a su mente los cantos del Siervo pobre que soñara Isaías. Y se decían: él era el siervo pobre que abraza al mundo por su amor entregado. Y todo se iluminaba. Y los hielos del alma se derretían. Y se hacía verdad aquello que poco después de la muerte de Jesús dijera Pablo de Tarso: la muerte había sido vencida.
            No lo dudaban: estaba vivo y con ellos. La tristeza se derretía como la nieve bajo el sol de abril. Una "fuerza de lo alto" se instalaba en el fondo de sus vidas. Los temores se alejaban como las sombras al amanecer.

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