Bienvenid@s

Estoy convencido de que la unión hace la fuerza, como los granos de una uva dan la mejor cosecha de vino. Por eso brindo este espacio para que podamos echar en el mismo lagar todos nuestro mejores granos y asi ir construyendo una parroquia y pueblo mejor.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Racimo de charlas biblicas- 2

Dos aspectos pequeños pero con mucha "miga" tocó en nuestro curso Fidel. La asistencia fue buena así como el diálogo. Todo es poco por ahondar en la Palabra.
SOLO UNO TAN HUMANO PODRÍA SER DIOS
Redescubrir la realidad humana de Jesús
Capitulo 2
Hemos de aprender de nuevo a Jesús, más humano, con mayor arraigo en la persona, más cercano a nuestros días, a nuestras maneras de vivir. Es un Jesús para la vida. Podemos ayudarnos con paciencia y comprensión. El fruto: una fe más adulta.
1. Miramos y escuchamos a Jesús
Me costó mucho ir a los paganos. Vosotros lo sabéis tan bien como yo: a los judíos no se nos había perdido nada en tierra de paganos. Estaban, por nacimiento, destinados al infierno. Eso nos habían enseñado desde siempre y yo lo había aprendido como todos. La tierra de paganos era para nosotros una antesala de la gehenna. No íbamos allá más que para negociar. Por eso, se me hizo muy cuesta arriba cuando en mis noches de oración empecé a entrever que el designio del Padre que hace salir su sol sobre buenos y malos (Mt 5,45) también lo hacia salir sobre judíos y paganos.
Me costó mucho ir a tierra de paganos a ofrecer el Reino. Los pies no me seguían; mi corazón se quedaba en la tierra de Israel cuando enfilaba a la región de Tiro y de Sidón. Los mismos discípulos no lo entendían: ¿qué pinta un Mesías en tierra de paganos? Les descolocaba cuando les decía: "Vamos al otro lado" (Mc 4,35). Y eso que los del "otro lado", la Decápolis, eran medio paganos, gente de alguna manera vinculada a Israel, aunque de costumbres próximas a los gentiles. Eso les descolocaba. Imaginad cuando les dije: iremos a Tiro y a Sidón. Sus ojos se abrieron incrédulos y su corazón se llenó del agrio sabor del disgusto.
Pero fuimos, porque, no sé muy bien cómo, yo intuía que eso hacía parte del Dios desconcertante que ama a quien no sabe distinguir "su mano izquierda de la derecha", como dijo la vieja profecía (Jonás 4,11). Nada más entrar en el territorio de Fenicia, en un pueblo nos salió al paso aquella mujer gritona (Mc 7, 24-31). Yo me hacía el loco, no la quería escuchar. Los mismos discípulos tuvieron que decirme que ya, estaba bien de aguantar aquella tenaz queja, aquel lamento que como un berbiquí, nos molía los sesos. Me salió automáticamente: "No está bien echar el pan de los hijos a los perros" (Mc ,27). Lo desabrido de la frase tendría que haber sido suficiente para hacer desistir a aquella mujer inasequible al desaliento. Pero el amor por su hija puso una rápida respuesta en sus labios: "También los perrillos se comen la migas que tiran los chiquillos bajo la mesa" (Mc 7, 28),
Me desconcertó. No tuve más remedio que admitir, entre regocijado y confuso, que aquella era una fe "de las grandes" (Mt 7,28), difícil de encontrar en mis paisanos de Israel. Volvimos dando un rodeo por la Decápolis. íbamos en silencio. Seguíamos sin aceptar que el Reino, nuestro sueño grande, fuera también para los paganos. Pero algún día aquella semilla sería la que fructificaría en una misión entre los paganos de consecuencias decísivas. ¿Podría esto ayudaras a des privatizar el Evangelio, cosa que habéis hecho vinculándolo a una religión? ¿Sería el recuerdo de esta aventura. suficientemente fuerte para soñar en una espiritualidad laica, propiedad de todos, más allá de los estrechos límites de una dogmática? ¿Seguís también vosotros con la vieja mentalidad de "tierra de Israel" u os habéis animado a comenzar el "viaje a los paganos", el viaje al corazón de toda persona?
Una certeza que nunca me abandonó. Nunca tuve las cosas del todo claras. La luz para saber discernir el designio del Padre venía a rachas. Unas veces la cosa estaba clara (Mt 17,2), otras se oscurecía al límite (Mc 14,34). Pero, en cualquier caso, siempre tuve anclada en el corazón una certeza: "el Padre siempre estaba conmigo" (Jn 16,32). Puede ser que nos os parezca cosa decisiva, pero para mí era, a veces, la única tierra firme que pisaban mis pies, la casa segura donde me rehacía y encontraba ánimo.
Quizá fuera porque mi vida estuvo amasada al desamparo y a una cierta soledad: mi familia no me apoyó (Mc 3,21), mi gente no fue un aliento (Mc 3,31), mis mismos discípulos se quedaban, a veces, lejos de mi alma (Mc 9,32). Algo me decía que el Padre siempre estaba ahí, que el suyo era un regazo al que podía volver cuando mordía la soledad.
Sé que algunos de vosotros se han quedado desconcertados y hasta escandalizados de que, en la cruz, manifestara con tanta violencia el abandono de Dios (Mc 15,34). Sí, me vi abandonado, perdido, en una espantosa oscuridad. Se quebró la vasija de mi vida. Pero ahora lo sé: nunca el Padre estuvo más cerca de mi vida como cuando me creí abandonado. Nunca jamás sus caricias fueron más intensas que entonces; jamás lloraron tanto los inconmensurables ojos de Dios como cuando mi sangre se derramaba en aquel patíbulo. Ahora lo he sabido. Y el saberlo, acrecienta mi certeza, aunque entonces fuera noche cerrada.
Aun me sosiega su presencia, aún me apacigua. Quizá vosotros no buscáis esta clase de remedios en vuestro tremendo frenesí moderno. Pero en esta clase de certezas anida la calma porque anida el amor. Alguno de vuestros poetas lo ha dicho: si confiarais atravesarías la vida con la tranquilidad de los grandes ríos. Eso me ha pasado a mí.

2. Dialogamos y nos escuchamos a nosotros
A.- ¡Cómo nos cuesta a nosotros hacer un sitio en nuestra mesa el distinto, sobre todo si es lejano y pobre! Sin embargo, no perdemos como personas, porque abriéndose a los otros todo el mundo sale ganando. Los cristianos habríamos de ser gente flexible con las personas de otras culturas y pueblos. ¿Cómo va evolucionando el tema de la inmigración en nuestros pueblos? ¿Cómo lo vamos viendo a medida que pasan los años?
B.- Otra cosa distinta. ¿De qué calidad es nuestra confianza en Dios? ¿Cuándo las cosas no vienen bien dadas cómo nos dirigimos a Dios? ¿Por que siempre le estamos pidiendo? ¿Habría otra manera de entender la realidad de Dios como alguien que nunca nos abandona, aunque no cumpla nuestros deseos inmediatos? ¿Se puede creer en un Dios que "no da nada", más que amor?

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