Ya hemos tenido la primera, Fenomenal, Os la transcribo tal cual. Sobre todo pensando en los que no pueden venir. Pero claro no es lo mismo escucharlo que leerlo en una pantalla.
SOLO UNO TAN HUMANO PODRÍA SER DIOS
Redescubrir la realidad humana de Jesús
Los cristianos hemos "divinizado" a Jesús en exceso. Ha sido nuestra manera de apreciarle y venerarle. Pero eso ha tenido un alto precio: ha alejado a Jesús de nuestros caminos humanos. Ni nos lo ha puesto como imitable y mucho menos como camino a seguir. Él era cosa aparte, sin nuestras miserias y tentaciones. Pero la realidad es muy otra: él ha vivido lo nuestro, es de los nuestros, viene de donde nosotros venimos y va a donde nosotros vamos. Su trabajo ha sido el de mostrarnos la evidencia de un Dios que es solamente amor. Y lo ha hecho en los parámetros de lo humano. Jesús no se "ha hecho" hombre, sino que "es" hombre, nacido de mujer, como dice san Pablo. Por ello, como dice Hebreos, no se avergüenza de llamarnos hermanos, porque en realidad lo somos.
Vamos a hacer un pequeño curso para redescubrir la realidad humana de Jesús que siempre ha estado ahí, aunque esté muy oculta, convencidos de que la evidencia de Jesús es hijo de Dios se muestra no en la diferencia con nosotros, sino en su honda humanidad, en su total hacer parte de lo nuestro.
1. Escuchamos a Jesús
Mi vida fue una vida tentada. Siempre me habían inculcado, desde niño, que el Mesías que esperábamos estaría investido de fuerza y de brillo, que llegaría el día hermoso de la liberación de Israel echando del país al opresor. Por eso, cuando el designio del Padre apuntaba por los derroteros de la entrega, yo no lo entendía. Creía que ese no era el camino del Mesías, ni siquiera el camino de nadie que ansiara la dicha. Hablar de entrega me producía dentro una convulsión. Por eso, cuando mi familia (Jn 7,3-5), los discípulos (Jn 14,22) o la gente (Jn 6,15) querían hacer de mí el Mesías glorioso, huía de ellos ya que, en el fondo, yo también anhelaba la gloria. Muchas noches me levantaba al alba para verificar si el camino de la entrega era el correcto (Mc 1,35). Muchas veces subí al monte para dialogar con la Palabra, con el silencio, con el Padre (Mt 17,1-8).
Por eso, cuando Pedro quería alejarme del camino de la entrega, yo lo consideraba como un "Satán" para mí (Mc 8,33). Es que una parte profunda de mí pensaba y sentía como Pedro. Yo mismo era el peor Satán para mí. En la derrota del huerto lo reconocí con claridad: mi camino y el del Padre iban por lados opuestos (Mc 14,36). Aún no sé muy bien cómo pude aceptar el designio del Padre. Aún no entiendo cómo pude encajar con equilibrio la tentación del honor y la gloria. Todavía no comprendo cómo pude superar los empujones de la gente que me encumbrara en el trono de la gloria.
La mía fue, sí, una vida tentada y, por ello, frágil, débil, al borde del abismo. ¿Podréis dar adhesión, amar, a uno que ha sido tentado tan a fondo, a uno que, con mucha dificultad encajó su propia tentación? A quienes de mí habéis hecho un Dios ¿no os resultará esto insufrible, disgustante, rechazable? Y, sin embargo, por esa razón, porque fui hondamente tentado, tendríais que perdonarme y amarme. Así tal vez entenderías mejor vuestras propias tentaciones y las verías con más benignidad y comprensión.
2. Dialogamos y nos escuchamos a nosotros
¿Cuáles son las verdaderas tentaciones de nuestra vida? tentación de poder, sobre todo; el ansia de dominar al otro, de aprovecharnos de él, de despojar al débil. ¿Cómo controlar el ansia de poder y de dominio?
La tentación de no pensar, de ser superficial, de ir por donde todo el mundo, de no tener criterio propio, de no formarme, de vivir siempre con lo que me enseñaron, de no leer, de dejarme llevar por la única información que me da la TV.
La tentación no mirar más que a lo mío, de no preocuparme del otro, de que el sufrimiento de los demás me resbale, de que la situación de gravedad en que vive mucha gente no me toque por ningún lado.
La tentación de echar balones fuera, de decir que la culpa la tienen siempre los demás, los bancos, los políticos, y no mirar a mis comportamientos egoístas, insolidarios, tramposos.
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