Bienvenid@s

Estoy convencido de que la unión hace la fuerza, como los granos de una uva dan la mejor cosecha de vino. Por eso brindo este espacio para que podamos echar en el mismo lagar todos nuestro mejores granos y asi ir construyendo una parroquia y pueblo mejor.

jueves, 13 de junio de 2013

Racimo de la palabra - Domingo 11

SAN LUCAS 7, 36-8, 3
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo:
-- Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.
Jesús tomó la palabra y le dijo: --Simón, tengo algo que decirte. Él respondió: --Dímelo, maestro. Jesús le dijo: ---Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más? Simón contestó: --Supongo que aquel a quien le perdonó más.
Jesús le dijo: --Has juzgado rectamente. Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: --¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama. Y a ella le dijo: --Tus pecados están perdonados. Los demás convidados empezaron a decir entre sí: --¿Quién es éste, que hasta perdona pecados? Pero Jesús dijo a la mujer: --Tu fe te ha salvado, vete en paz. Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.

Jesús viene a arreglar nuestras averías. Pero para ir al mecánico, al médico, al sacerdote, al hermano, hemos de reconocer que algo le ha pasado a nuestro coche.
La mujer del Evangelio se acerca a Jesús, porque sabe cómo está, cuál es su situación, su limitación, su historia, su pecado. Se vuelca en Él, que es fuente de perdón y de misericordia.
Solo Jesús puede dar el perdón y la alegría, ante la frágil carrocería de nuestra humanidad. Abrámonos a su acción, a la acción del Espíritu, para que el vehículo de nuestra vida pueda circular con su dignidad de hijo de Dios y hermano de un mundo a veces demasiado accidentado y triste.

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