Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: - ¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos contestaron: - Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Él les preguntó: - Y vosotros, ¿quién decis que soy yo?
Pedro tomó la palabra y dijo: - El Mesías de Dios.
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie.
Y añadió: - El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Y, dirigiéndose a todos, dijo: - El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.
Cada día tiene su cruz. La cruz nos lleva al camino de la gloria, de la vida. Pero no podemos llegar a la meta sin la cruz.
Cuando cargamos con la cruz de corazón nos negamos a nosotros mismos, porque no pensamos en clave egoísta sino que sintonizamos con Aquel que cargó con el madero.
Cada día tiene sus cruces o la misma cruz. La cruz es árbol de donde también brota la esperanza. No podemos quedarnos en una visión negativa u oscura. La fe nos lleva a la Vida e ilumina la vida presente.
Cojamos cada uno nuestra cruz y animemos a nuestros hermanos a cargar con la suya. Cada uno tenemos las nuestras. Y si podemos, seamos un poco cirineos de aquellos que no puedan con la suya. Es la manera más hermosa de morir a nosotros mismos.
Contemplemos nuestra agenda, nuestro tiempo, en clave de donación y de amor.
Dibujo: Patxi Velasco Fano
Texto: Fernando Cordero ss.cc.
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