Redescubrir la realidad humana de Jesús.
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Continuamos desgranando confidencias de Jesús que ilustran e iluminan nuestro camino cristiano.
1. Miramos a Jesús
Me costó entender a un Dios menor Aunque mi religión, a la que
amaba, también hablaba de un Dios menor a nuestro servicio, no nos educaron para ello. Lo propio de Dios era el brillo, la gloria, como diría Ezequiel
Es cierto que había una gloria humilde, oculta, pero, normalmente, un judío soñaba con la gloria poderosa del Dios que brilla y se impone. Yo fui uno de los que así lo creyó. Por eso os digo que me costó entender a un Dios menor.
Pero comencé a entenderlo cuando acompasé mi paso y mi vida a la de los menores de la sociedad, a los sin honor, a los desposeídos. Me daba cuenta de que el Dios que estos esperaban era tan menor que había mezclado su suerte y su futuro con el de ellos. Un Dios que no exige nada, que no demanda nada, que lo da todo. Se lo hice ver en parábolas tan entrañables como aquella del Padre que perdona siempre, o aquella otra de la generosidad extraña de Dios con los jornaleros de última hora.
La mejor forma que tuve de mostrar la hermosa realidad de un Dios menor fue no catalogar a las personas como buenas o malas, sino creerlas siempre dignas. La dignidad creacional era la base de la manera de mirar que Dios tenía. Yo también lo hice así. Por eso, no tuve empacho en ofrecer el reino a pecadores, en sentarme a su mesa, en considerarlos personas dignas de amor. Si Dios las veía así, ¿cómo yo las iba a tratar de otra manera?
A veces quería hacerla ver a mis amigos y amigas de manera especial. No una, sino muchas veces lavé los pies a mis discípulos. Se les revolvían las tripas, a Pedro sobre todo. Para ellos era un desdoro que un Mesías se pusiera a lavar pies. ¿Cómo iba a reclutar adeptos un Mesías tal?
Pero yo les quería decir que no era yo quien les lavaba los pies, quien les servía, sino el Padre del cielo, el Dios menor que no puede mover una paja de sitio, pero que fundamenta el amor y la belleza.
Me costó entenderlo, como les costó a mis amigos, como os cuesta a vosotros y vosotras. Pero quizá ahí se halla una de las claves de la verdadera espiritualidad evangélica, esperando aún que sea un camino ancho recorrido por los creyentes en el Dios que yo os propuse.
A mí también me mordió la soledad. Porque es cierto que tuve familia, amigos y amigas, personas cercanas que me acompañaron y me quisieron. Pero la soledad me mordía. Me levantaba por las mañanas "cuando todavía estaba oscuro". No solamente era para rezar. También era para gritar al silencio mi propia soledad, las preguntas elementales y hondas, sinrespuesta, del sentido de mis pasos.
Me ayudó mucho descubrir que Dios tiene un "designio". Vosotros le habéis llamado la voluntad de Dios. En nombre de ella, incluso, se han hecho disparates. Pero yo le llamaba el "designio". Y creí que no era sino este: que todo lo creado viva en fraternidad, que la comunidad humana funcione como buena familia. La mía, como la vuestra, fue una época de violencias. ¿Cómo hablar ahí de buena relación, de familia, de tolerancia, de amor? El designio de Padre era ese: que todos seamos miembros de una sola familia, que miremos con ojos nuevos al otro y a lo otro hasta verlo como hermanos.
Por extraño que parezca, darme a esa tarea me ayudó a encajar ni radical soledad. Cuando ese designio brillaba ante mis ojos, mi vida se hacía más ligera, levantaba los hombros con más facilidad Cuando debido a las heridas de los humanos, las mías y las ajenas, el designio se oscurecía, la soledad afilaba sus garras .
Por eso creo que el secreto de una vida sosegada y dichosa, dentro de sus límites, es percibir con mirada profunda la hermandad que anida en todo lo creador. Algunos de los vuestros, como Francisco de Asís, han tenido una agudeza especial para mirar de ese modo.
2. Dialogamos
¿Nos habría mejor en e/ catolicismo con /a espiritualidad de un Dios menor? ¿Qué consecuencias habría tenido esto?
¿Cómo ayudamos a encajar con humanidad nuestras soledades?
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