El Señor es juez, y no hay ante él acepción de personas. No hará acepción de personas contra el pobre, pero escuchará la súplica del oprimido. No desdeña la súplica del huérfano ni la de la viuda si prodiga ante él sus quejas. El que sirve al Señor como él quiere es aceptado, y su súplica llega a las nubes. La súplica del humilde atraviesa las nubes; no descansa hasta llegar a Dios, y no se retira hasta que intervenga el altísimo, reconozca el derecho de los justos y les haga justicia.
SALMO RESPONSORIAL (Ps 34)
Bendeciré al Señor a todas horas,
su alabanza estará siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor,
que lo oigan los pobres y se alegren;
El Señor se enfrenta con los criminales
para borrar su memoria de la tierra.
Ellos gritan, el Señor los atiende
y los libra de todas sus angustias;
El Señor está cerca de los atribulados,
él salva a los que están hundidos.
El Señor rescata la vida de sus siervos,
los que en él se refugian no serán castigados.
Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a Timoteo.
Querido hermano yo estoy ya a punto de ser ofrecido en sacrificio; el momento de mi partida está muy cerca. He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe; sólo me queda recibir la corona merecida, que en el último día me dará el Señor, justo juez; y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida. En mi primera defensa nadie me ayudó; todos me abandonaron. ¡Que Dios no se lo tenga en cuenta! Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas, de tal modo que la palabra ha sido anunciada cumplidamente por mí y oída por los paganos. Y yo he sido librado de la boca del león. El Señor me librará de todo mal y me dará la salvación en su reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Lectura del santo Evangelio según San Lucas. (Lc 18,9-14)
En aquel tiempo dijo Jesús esta parábola a unos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: «Dos hombres fueron al templo a orar; uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, de pie, hacía en su interior esta oración: Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano; yo ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo. El publicano, por el contrario, se quedó a distancia y no se atrevía ni a levantar sus ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador. Os digo que éste volvió a su casa justificado, y el otro no. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado».
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